Crónica de un despertar cualquiera.


El amanecer se lleva consigo todas las imagenes que aun desbordadas siguen tendidas entre las sabanas, -las horas prohibidas dejaron su aroma destilándose entre mi carne-, el súbdito silencio se hace acompañar de el extraño resplandor de una mañana que parece no llegar a tiempo, la recamara irreconciliable y extraña deja ya de ser mi propia extensión corpórea.


Las dudas embargan  todos esos extraños rincones que la aurora con su aliento a maleficio galáctico decide no tocar, -esos pequeños huecos oscuros, remansos dactilares de la noche  que rebelde decide mantener en pie de lucha-; mientras, afuera los acontecimientos importantes se suceden en cascada, los arboles sacuden de sus ramas los últimos fragmentos de Iliadas estelares vertidas por la noche moribunda, que parece no darse por vencida, los cánticos de aves sacuden el estupor de los transeúntes que cabizbajos pretenden ocultar sus rostros somnolientos a la vida, las calles  y las amplias avenidas de mi ciudad se congestionan lentamente con esa extraña mezcla de sonidos, envenenados aromas e historias que convergen por minutos en paradas de autobuses; mas sin embargo el ciego espacio del pasillo aun rememora a contra luz el fantasma de tu imagen.


Una tonada en la radio me dibuja momentánea una sonrisa, mientras el aroma de café ya se desliza cuerpo adentro, la respiración se agita a cada segundo que me acerca a ese extraño precipicio en que comienza el nuevo día, mis pupilas dilatadas observan detenidas ese punto en medio de la nada que pertenece al muro insalubre de la acera detrás de mi ventana, el tick tack casi inaudible me regresa a esa realidad extraña donde el tiempo hace malabares con los hilos del destino de mi vida, mi mente regresa de algún lugar que casi nunca recuerdo, dejándome extrañas sensaciones, mórbidos recuadros que se incrustan detrás del subconsciente,  oníricas visiones de páramos perdidos, líneas diluidas, Déjà vu constante que entrelaza mil historias ajenas que terminan ciegas y mudas detrás de la ultimada humarada del cigarro que ya expira.


Cierro los ojos por un instante, como si fuera mi sangre tu aroma se agolpa súbitamente en mi cabeza, se hace tarde y lo sé, mas esa extraña sensación de vació deambula aún con mis zapatos puestos; la cama revuelta me recuerda que las pasadas horas no fueron nada fáciles, aún conservo piel adentro las llagas de fantasmas que jugaron con mi almohada, los excesos tatuados de esos rituales imaginarios que ocupan el antiguo lecho de los sueños, la quemadura incesante de aquel vicio recurrente de llamar y clamar tu nombre, de fingir tu piel bajo esta mano ruda y solitaria, de imaginar tu tiempo y tu cuerpo, tu tacto y tus labios, tu tierra fértil por mi no habitada, tu inocencia...


El tiempo es un verdugo cruel que no respeta la lógica de mi tiempo perdido, un insensible ejecutor de mis palabras, motivos, decisiones, y que se yo, algunas cosas mas, es la hora, salto al vacío  de lo cotidiano llamado vida, un claxon me ilumina definitivamente mi consiente, determinando ya el comienzo de una nueva historia,  de este nuevo capitulo en mi vida que sin duda ya me indica, -debo ya de estar despierto-.


Sonrío ...

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